Antes no era yo. A
decir verdad, antes ni siquiera era.
Y no me refiero a la teoría que defiende que, después de
unos años, han cambiado todas las células de nuestro organismo. Hablo de mi
mismidad. Entonces te conocí.
De un modo natural comencé a no pensar en mí y a pensar en
ti y descubría que es algo grandioso, gratificante. Empecé a entender libros
que un día leí y no aprehendí, Shakespeare no era un ñoño, Garcilaso, Juan
Ruiz, … Como en Matrix, el cúmulo de
sinsentidos se ordenaba extrañamente y me abría el arcano que con treinta y pocos
tenía vedado. Aquello era El Amor.
Y era feliz porque amaba y porque notaba que me transformaba
y amaba más a los que me rodean. La empatía, como la hiperosmia de la preñada,
me abrumaba y me hacía más feliz y me transformaba más y…
Entonces te dije que nunca,
nadie, jamás te podría amar como yo lo hice, una declaración de amor débil por lo manida, y entonces quise escribirte una canción –y te escribí dos-, quise
empezar esa novela, quise… pero no podía expresar la certeza de aquella
afirmación. Un día la física cuántica me dará la razón cuando demuestre que las
cuerdas danzaban en sincronía cósmica cuando te tuve y yo lo sentía, era lo
inefable que me decía que nunca, nadie, jamás podría sentir aquello.
Después de ocho años se acabó. Como entonces, no es fácil
explicar al resto cómo me siento. Me
siento bien. Te quiero, pero no es ese
querer. Tal vez sea tu parte de electrones que se quedaron en mí: habrá que
confiar de nuevo en la física cuántica, pero creo firmemente, como entonces,
que se acabó. Y el residuo de lo que queda lo expreso con gracias. Gracias por
ser yo ocho años, gracias por dejarme ser tú; gracias por reírme con tus ojos y
bailarme con tus labios; por cantarme con tu cuerpo y tocarme con tu voz; gracias
al universo que me cruzó un día contigo, porque ese día me hizo ser yo hoy;
gracias, gracias, gracias.
Somos amigos. Como las hojas del árbol que caen en otoño,
pero no se van; se quedan cerquita del tronco para darle vida en primavera. El árbol
dará otros frutos y las hojas alimentarán otros troncos, pero siempre quedará el
sustrato de algo que, un día, fue uno.
Uff. Qué precioso. La metáfora de las hojas que caen es genial. Creo que cuando se escribe con el corazón es increíble lo que puede llegar a salir. Para mí, con total objetividad, es lo mejor que has escrito hasta el momento. Ya puedes escribir otra canción inspirándote en este texto (por supuesto la frase de "gracias por reírme con tus ojos y bailarme con tu voz; por cantarme con tu cuerpo y tocarme con tu voz" debes incluirla tal cual). Gracias a ti también por todo, para siempre. ;-)
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