Una de las ventajas de trabajar en la formación no reglada es que tu contacto con la realidad es constante. El verdadero termómetro de la realidad económica y social se comprime en esas aulas, espejo de la calle y espejismo de la visión que la casta tiene de su pueblo, que es España.
Cuando escuchas a los diputados en nuestro Congreso hablar de presupuestos, partidas y chorradas, sientes lástima por ellos porque se están perdiendo la Vida, que son los míos. Lástima, pero también odio, porque son ellos y nadie más que ellos quienes convierten la vida de mi gente, buena gente, en una agonía que no merecen.
La historia que paso a contaros es sangrante, brutal y real, pero con final feliz.
— Javi, ¿te importa si comento algo en clase después del descanso? Quiero que tú también estés presente.
— Claro, no hay problema.
Tras el descanso, Rosa se dirige al grupo.
— Bueno, chicos. Antes he estado hablando con Diego y me ha comentado que no va a seguir con el curso. Cuando le he preguntado por qué, me ha dicho que es porque no tiene dinero para pagarse el bus. He estado echando cuentas y creo que, para acabar el curso, necesitaría unos 42 euros así que, si os parece, podemos hacer lo que ya hicimos con Laura cuando no tenía para comer. Que cada uno ponga lo que pueda, ya sabemos cómo andamos todos, pero vamos a intentarlo por lo menos.
La propuesta fue aceptada por unanimidad, como era de esperar.
Laura comentó que ella no podía dar mucho —"todos sabéis en qué situación me encuentro"—, pero un euro si pongo, ¡claro!
En seguida todos ofrecieron su promesa de contribuir en la colecta para el día siguiente, que ha sido hoy, y Diego podrá acabar el curso.
Si me parara a contaros las historias de cada uno de ellos no acabaría nunca: cada historia supone una lucha diaria por conseguir lo mínimo necesario y, a veces, ni lo mínimo. 42 euros son, para muchos, lo que cuesta una tarde con los amigos, una cena con cine, unas copas; para otros supone acabar un curso que puede significar salir del agujero del desempleo y, en el proceso, del agujero negro que es una casa que te come porque no puedes salir sin gastar, no puedes socializarte, no puedes hacer NADA.
Ellos son mi gente. Ellas son las que cada mañana te reciben con una sonrisa y se despiden sin haberla perdido a pesar de lo duro que les resulta estudiar los contenidos que jamás han visto —"yo eso de la sintaxis no lo vi jamás, cuando salí del colegio tenía 12 años porque tenía que ayudar en la finca de mi familia"—. Son mi gente porque yo soy cada una de ellas, sé lo que es luchar para conseguir cada año de estudios, cada plato de comida, cada camiseta. Son mi gente porque mantienen la dignidad a pesar de ser pobres —"mejor ser pobre y pedir que ser rico robando"—.
Mi experiencia me ha dado los mejores momentos de la enseñanza en estos grupos. Son los más agradecidos, los más ávidos de saber, los más curiosos, quizás porque no tuvieron antes la oportunidad de que alguien les abriera las puertas de un universo de cosas desconocidas, a cuál más interesante, y que les provoca empezar el curso en estado larvario y acabar como una hermosa mariposa que ya no volverá a ver el mundo como antes.
Pero, sobre todas las cosas, soy yo siempre quien les agradece a ellos todo lo que aprendo (aunque mucha veces no me crean). Ellos son la esencia misma del ser humano, la solidaridad, la fraternidad, la generosidad, esos valores que vamos perdiendo en la vorágine de la vida y que ellos, como una lluvia en tiempos de sequía, te restauran sin pedir nada a cambio.
Yo no quiero ni regalos ni agradecimientos ni reconocimiento. Yo solo quiero seguir siendo de los vuestros.
Gracias.
Después de algo más de un año que a pasado y habiendo obtenido el título no dejo de daros las gracias, a ti como profesor y a mis compañeros porque pude salir a aquel terrible infierno en el que vivía entonces.
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