No me gustan los payasos*.
Vale. Como no me gustan los payasos, voy a empezar mi campaña personal contra ellos. ¿Me tiene que importar que a otros sí les gusta? ¡Qué va! El mero rechazo que me provocan es suficiente para comenzar mi batalla.
¿Por qué he de atacar algo que me provoca rechazo? ¿No debería dejarlo estar, sin más? A cada minuto que le dedique a mi aversión ésta irá en aumento, porque tendré que lidiar con un asunto que no me gusta.
Un payaso es un payaso y ya. Quiero decir que, como mucho, te puede provocar la risa, pero es algo inofensivo: no viola ningún derecho ni ninguna libertad ajena, no maltrata a ninguna persona ni a ningún animal. Si quieres verlo, lo ves; si no, no lo veas.
¿Debería hacerlo justificando que es una causa altruista, en beneficio de la Humanidad? ¿O debería justificarme aludiendo a la moral occidental? ¿O tal vez deba hacerlo recordando la tradición, defendiendo mi postura con sesudos estudios que demuestran que en el Pleistoceno no había ni un triste payaso?
Da lo mismo. Como no me gustan, debo hacer todo lo que esté en mis manos para atacarlos. De hecho, ya me he puesto en contacto con otros colectivos que sienten como yo y VAMOS A POR ELLOS. Esos putos payasos de mierda. Se merecen el peor de los castigos.
Mi novia, que estudia psicología, piensa que tengo fijación con los payasos, ¡pero es que no los puedo soportar! Dice que a ver si, en el fondo, voy a tener un payaso dentro de mí o sufro un trastorno obsesivo compulsivo . No lo creo. Lo que realmente creo es que deberían desaparecer de la faz de la tierra.
* Ahora cambia payaso por gay, a ver qué tal.
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