Anti

Tengo ganas de escribir.

Llevo casi dos días con ganas de escribir porque para mí es terapéutico y, a la vez, con la impotencia de saber que nunca podré plasmar con palabras lo que se siente al perder a tu madre.

Para ser precisos, mi madre ya se perdió hace tiempo por esos senderos sinápticos que enmaraña el Alzheimer, como ya te conté aquí. Hoy me refiero a la muerte física.

Y andaba yo buscando consuelo en las palabras de poetas, de sus odas o elegías, de las Coplas de Jorge Manrique o de la intrahistoria de Unamuno... pero nada. Tal consuelo que no llega.

"Me llamo Mari Antigua pero soy Mari Moderna". Anti a lo Warhol

Entonces comencé a recrearme en sus recuerdos más positivos, en esa sonrisa que todo aquel que se acercaba a darme su pésame me destacaba, en la jovialidad y humanidad que desprendía... y sí, ahí estaba mi cordobesa, mi bendita madre, la mujer que se fue dejando un mundo mucho mejor de lo que encontró.

Porque ella era LA madre. No solo la madre de sus cuatro hijos: la madre de sus cuñados, de sus sobrinos, de sus paisanos que recién llegaban a Barcelona, de las vecinas, de las compañeras de trabajo, ...

Era la que sabía en todo momento cómo actuar —no le conocí un bloqueo ni un despiste— siempre alerta, y siempre con ese sentido del humor andaluz que lo hacía todo más fácil. Oportuna. Omnipresente. Infalible.

E inmodesta.

— Tengo un hijo gay, una hija lesbiana, dos normales y me falta un transexual.

Y se quedaba tan ancha.

Porque presumía de lo que otros, probablemente, renegarían, pero así era la Anti, de la que dudosamente pueda oírse algo negativo, pero de la que jamás se dudará de su corazón infinito.


Y entonces me doy cuenta de que la intrahistoria unamuniana, esa palabra que nos explica la historia que no sale en los libros, sino la otra historia de las vidas anónimas de todos los demás, le debe un homenaje a mi madre, porque ella vino y se fue sin hacer mucho ruido, pero nos dejó este mundo bastante más aceptable.

Y eso es la inmortalidad, mamá: Las grandes gestas de personas como tú, que convierten lo miserable en sublime, no las otras que te cuentan de reyes y batallas. Y es la inmortalidad porque es tu legado y yo lo he aprendido de ti: a vivir con una sonrisa, a respetar a todo el mundo y a dejarlo algún día un poquito mejor de como lo encontré.

Tenía ganas de escribir para poderte llorar como ahora todo lo que no he podido estos días.