martes, 17 de julio de 2018

CM.H.E.B.

No tengo ningún derecho a quejarme porque soy un hombre, blanco, español y de clase media (CM.H.E.B.)



Cuando llegan inmigrantes a  nuestras costas, diezmadas por un Mediterráneo que siempre tiene hambre de vidas martirizadas, aparecen hordas de personas soliviantadas por un sentimiento patriótico. LOS ESPAÑOLES, PRIMERO.

Click. Ya está. El mecanismo binario se ha puesto en marcha. Ellos contra nosotros.

Cuando salen a las calles las mujeres para exigir lo que es suyo y reivindicando el feminismo y la igualdad...  Click. Feminazis, bolleras, mal folladas. Se supone que un buen macho debe posicionarse contra este ataque a su estatus.

Cuando salen a las calles los trabajadores exigiendo mejoras laborales, ¿lo adivinas? Click

¿Y qué pasa con los estudiantes, los pensionistas, las minorías étnicas, los LGTBI+? Click.


En los colegios e institutos no te lo enseñan muy bien, pero la vida sí que me llevó a pensar que NO hay que posicionarse necesariamente por ninguno de los dos bandos: puedo estar a favor de la vida de los inmigrantes Y a favor de la vida de los españoles. Que defienda los derechos de la mujer no me mete en el saco de los protomachos que la destruyen. Cuando defiendo mejoras laborales —sin ser yo un obrero asalariado— no defiendo el ataque implícito a los empresarios. Que luche por una vida digna para un gay no significa que salgo por las noches a matar heteros. Hacerte caer en esa elección es infantil y sencillo. Y tremendamente destructivo.

Pero, lamentablemente, el hecho es que la mayoría de las personas cae en ese binarismo. Les dan un click y saltan como un resorte.

¿Y qué es lo más sorprendente? Lo que realmente me pasma es que los más reaccionarios casi nunca son los del bando contrario. Los peores son, sorprendentemente, los mismos a quienes benefician esos cambios: los marginados, aquellos descastados que carecen de mucho y necesitan agarrarse a un grupo que los dote de una pertenencia: el pobre, la maltratada, el yonki, el obrero, la sometida, ...

Siendo un hombre, blanco, español y de clase media me convierte, automáticamente, en un privilegiado, de manera que no tengo necesidad de implicarme en ninguna causa porque las tengo todas conmigo. Entonces descubres que también hay otros hombres, blancos, españoles (aunque no de clase media) que lo están pasando mal, y es cuando piensas que, a lo mejor, debes hacer algo al respecto. Que no pertenezcan a tu clase socio-económica no significa que deban ser condenados al  abandono. Otro día descubres que también hay negros maltratados por el sistema. Y mujeres. Y peruanos. Y entonces llegas a la conclusión de que todas las personas que sienten el azote de una sociedad mal estructurada necesitan de tu apoyo.

Pero cuando debes enfrentarte a los opresores y, además, al propio oprimido, empiezas a cuestionarte si realmente te compensa ese esfuerzo innecesario.

Ya estoy saliendo de esa crisis, que me llevaba aplastando un buen tiempo. Cuando hablo con la gente  conocida y cuando conozco a gente nueva, descubro que el ser humano, a pesar de todo, merece la pena y eso me da fuerzas para intentar, también a pesar de todo, seguir luchando y soñar con morirme habiendo contribuido a dejar un mundo mejor que aquel en el que nací. 

Aunque no quieras, te seguiré ayudando.






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(En la concesión de una vivienda social, en cualquier barrio de Madrid).

— El piso va destinado a Mounir Abdalah Cabir.

—Los españoles, primero.

—OK, entonces, le concedemos este piso a Pepe Vargas, gitano de Vigo.

—Bueno... espere... los españoles y payos, primero.

—Ah, en ese caso, el pisito le corresponde a Lola Jiménez, evangelista de Toledo.

—Hum... ¡Ya está! Los españoles, payos y católicos, primero.

—Veamos... Sí, aquí tenemos al candidato: Pelayo de Castilla Pérez-Comendador, vecino de Madrid. ¡Más español, imposible!

—¿Los españoles, payos, católicos, madrileños y MUJERES?

—Vaya. Con tantos condicionantes solo me aparece una persona: Esperanza Aguirre y Gil de Biedma.

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